Se calmaron las aguas y brotó la felicidad a ciegas.
El ciego renegó de su fortuna vacía,
el derrotero victorioso se diluyó,
y la primera chispa nació.
Fue así como aprendió a encender su propio collar,
dejando caer cada cuenta de ceniza,
descubriendo ser descubierto por destellos cálidos,
originales, invaluables,
que inmolarían cada frontera,
flamerían orgullosos,
rubíes del alma.
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